Esta familia se extendió por toda Laurasia, supercontinente septentrional formado a finales del Paleozoico y principios del Mesozoico, al fusionarse los escudos continentales de las actuales Norteamérica y Eurasia. Durante el Jurásico y Cretáceo tuvo su mayor esplendor, pero comenzó a escasear y desaparecer al final del Pleistoceno, sobreviviendo sólo la especie actual, en una pequeña región de China central.
"Después de la bomba atómica de Hiroshima, fue uno de los pocos árboles que quedó en pie en las cercanías del epicentro, por lo que se lo conoce como portador de esperanza.
El botánico alemán Engelbert Kaempfer (1651-1716) estaba en Japón trabajando para la compañía de las Indias Orientales cuando, en 1691, descubrió ejemplares de ginkgo vivos. Los descubrió en su obra Amoenitatum exoticarium, publicada en 1712. Más tarde llevó semillas de ginkgo a Holanda y en el jardín botánico de Utrecht se plantó uno de los primeros ginkgos de Europa, que todavía está allí". Fuente: Wikipedia
El Ginkgo biloba es un árbol caducifolio, dioico, con tronco recto, cilíndrico, y ramas extendidas que forman una copa piramidal. La corteza es clara y lisa. Las hojas son de color verde claro, muy bonitas, simples, largamente pecioladas, planas, con nervadura dicotómica que las divide en lóbulos, dándoles su singular apariencia de abanico.
El follaje otoñal es increíble, no sólo por el tono dorado que adquiere, sino porque permanece bastante tiempo en el árbol: el desprendimiento de las hojas es casi simultáneo, provocando que se acumulen en el suelo espesas capas foliares.
Las semillas, de 1,5-2,5 cm. de diámetro, son amarillentas y tienen un olor muy desagradable.
El "árbol de los cuarenta escudos", como suele llamárselo vulgarmente, posee propiedades farmacológicas relacionadas con la circulación de la sangre, la memoria y los radicales libres.
Junio: en el hemisferio austral, es el momento en que el prehistórico Ginkgo nos muestra su bella imagen de oro. No dejemos pasar esta oportunidad de emocionarnos con lo natural.