sábado, 27 de enero de 2018

VERDE EN ESTADO PURO...

En el centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires, el barrio llamado Caballito, está el parque del Centenario. Fue creado en el año 1909 con motivo de estar próximos los festejos del centenario de la revolución de mayo de 1810. 
El diseño estuvo a cargo del paisajista y arquitecto Carlos Thays, autor de muchos de los espacios verdes de la ciudad. En la zona había varias plazas pequeñas y Thays las unificó en un amplísimo espacio que ocupa nada menos que 159.746 metros cuadrados, con un perímetro de casi 2 km. 

Cuenta con un amplio anfiteatro con capacidad para más de 2000 espectadores y un gran escenario que puede albergar a más de cien músicos, como es el caso de nuestras orquestas Sinfónica y Filarmónica nacionales, que ofrecen conciertos periódicamente.



El lago artificial es otro de sus encantos. Gran cantidad de patos y gansos nadan en sus aguas; anidan y desovan en un islote poblado de árboles, creado para ese fin en el medio del estanque. 

                                                       



La fauna ictícola es muy numerosa.                                                  Está representada por carpas multicolores.




































Sobre la Av. Ángel Gallardo, dentro mismo del parque, se yergue el Museo Nacional de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, de visita obligada ya que es uno de los más completos del mundo, en su especialidad.


La arboleda del Centenario merece un párrafo aparte. El arquitecto Thays tuvo muy en cuenta las especies nativas a la hora de elegirla. Por eso, la vista se pierde entre las decenas de ejemplares de Araucaria angustifolia;

la magnificencia de tantas Tipuana tipu; los increíbles Jacaranda mimosifolia; todas las especies del género Ceiba, nuestro palo borracho en todos sus colores; los troncos sinuosos de Erythrina crista-galli y su fronda roja; los falsos guayabos del país, Acca sellowiana; nuestro pequeño fumo bravo, Solanum granulosum leprosum; la folclórica cina-cina, que prefiere ese nombre al suyo propio, Parkinsonia aculeata;







los gigantescos Peltophorum dubium, orgullosos de ser guaraníes y llamarse
ibirá pitá; los majestuosos lapachos, con su cielo rosado en octubre. Y así podríamos seguir nombrando a nuestros amados nativos y enumerando a los exóticos, que también los hay. Desde la calle Leopoldo Marechal se ve un bosquecito de jóvenes Ginkgo biloba y las inmensas copas de añosos eucaliptos se destacan por todo el predio. 







Una visita a este mágico lugar no es algo que se olvide fácilmente, se las recomiendo; es una dosis de amor incondicional, como el que sólo pueden darnos ellos, los árboles...

¡Hasta la próxima!