El árbol que hoy nos ocupa es Cercis siliquastrom, especie de pie monoico, porte pequeño y follaje caducifolio, perteneciente a la familia de las Fabáceas. Su nombre vulgar es Árbol de Judea. Es originario de Asia, Oriente Medio y Europa del sudeste. Posee tronco sinuoso, no muy alto, y corteza oscura y rugosa.
La copa es irregular y poco extendida; las hojas son simples, redondeadas, casi acorazonadas, con una hendidura central y largos pecíolos. Su hermoso color verde de la adultez rivaliza con el rosado de su nacimiento; son muy bonitas; viran al amarillo, en otoño.
Lo más extravagante y gracioso de este árbol son sus bellísimas flores, papilionáceas, de color rosado rojizo o rosado violáceo. Aparecen en primavera, antes de que broten las hojas; cubren graciosamente las ramas desnudas, de las que nacen, agrupadas en inflorescencias cortas, casi sin pedúnculo. Son hermafroditas y muy vistosas.
Permanecen en las ramas, mucho tiempo después de haberse secado.
Hay una variedad de flores blancas, muy infrecuente. Se trata de casos aislados de albinismo.
Los frutos son legumbres aplanadas, de color rojizo púrpura, que permanecen hasta después de la caída foliar.
Es un hermoso árbol ornamental, muy utilizado en paisajismo. Es decorativo por sus hojas y sus flores e ideal para veredas angostas.
El valor forestal es escaso; su madera se utiliza para tallas y artesanías.
Detalle de la flor
El Árbol de Judea no se ve muy a menudo en el arbolado público, tampoco en las plazas. Pero, ahora que está en flor, es increíblemente bello y no pasa inadvertido; bien vale la pena buscarlo entre sus congéneres.
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