viernes, 1 de diciembre de 2017

NOVIEMBRE, EN BUENOS AIRES

Los parques urbanos se convierten en presuntuosas selvas erráticas con la presencia  del jacarandá,  los lapachos, los palos borrachos, las tipas.
“Espacio ideal para la lectura”, pienso, mientras me acomodo en un banco de madera, cerca del lago, bajo las tipas (Tipuana tipu).
En otro banco, dos jóvenes discuten en voz baja; ella, con el rostro bañado en lágrimas, se levanta y se aleja, sin mirar atrás; él, cruzados los brazos, la mira irse.
Es hermoso ver las frondas colmadas de pequeñas flores amariposadas,  perfumadas, de color amarillo brillante casi anaranjado, que caen suavemente y tienden sobre el suelo un tapiz dorado.
Retomo la lectura:

Kerana, la bella hija del rey Marangá, estaba con su esposo Arandú, bajo la sombra de las  tipas en flor, cuando fue capturada por Taú, el espíritu del mal. Arandú intentó defender a su amada, pero nada pudo hacer para evitar el rapto. El malvado y la bella desaparecieron en la selva, mientras Arandú, malherido, lloraba su desgracia y moría en soledad. Tupá, el Dios Creador, recogió gota a gota el llanto de amor del joven guaraní y lo guardó entre la fronda. Desde entonces, en la primavera tardía, el dolor de Arandú se desprende del ramaje y cae, convertido en copos de espuma, para curar las penas de amor de quien los recibe”.  


Caminar bajo las tipas en noviembre; mirarlas desde adentro, abrazar su tronco áspero, caminar sobre los pétalos caídos y recibir algunas de sus lágrimas, son cosas que no puede dejar de hacer quien sepa emocionarse con lo simple… o tenga penas de amor. ¿Lo sabrán mis vecinos de banco?



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